La demanda agregada en China se ha debilitado de forma significativa estos últimos tres años. Además de los efectos, que aún duran, de la política china contra la Covid, pero también opera como un freno la disminución de la demanda global. Las exportaciones registraron en julio una caída interanual del 14,5%, que hace un marcado contraste con el pujante 17,2% de crecimiento que tuvieron en julio de 2022. Con estas presiones a la baja, la decisión del gobierno de no anunciar un paquete de estímulo a gran escala (como muchos habían previsto) desconcierta a los observadores chinos y extranjeros.Es indudable que la dirigencia china es consciente de la desaceleración económica en marcha, pero tal vez calcula que el riesgo de un rescate es peor que el riesgo de la inacción. O tal vez tiene más confianza en la capacidad de la economía local para hacer frente a una recesión global y considera que se recuperará pronto por sí sola.Sea como sea, parece que China ha elegido no tomar más medidas. De hecho, hoy cualquier intervención económica adicional debería hacer frente a importantes obstáculos. Al fin y al cabo, la acumulación de enormes deudas, en particular en los gobiernos de nivel local, ha dejado a China con poco margen de maniobra. Además, el entorno externo viene tornándose cada vez más desfavorable a China al menos desde 2018, y presenta desafíos nunca vistos en los últimos cuarenta años.